Humberto Díaz-Casanueva (1971)

En 1924 se tituló como
profesor normalista y rápidamente se relacionó con el ambiente literario de la
época, donde conoció a Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Leer
su obra “es hurgar silenciosa e íntimamente en el origen de un ser reflexivo y,
a la vez, reflejo de la acción humana”, afirma Orlando Aliaga en su artículo
publicado por Scielo Chile.
Entre 1932 y 1937 vivió
en Alemania donde estudió con profesores neokantianos en la Universidad de Jena,
más tarde, en Friburgo, siguió seminarios sobre el pensamiento de Heidegger y
otros filósofos, factor que se refleja en su tendencia a no disociar poesía y
pensamiento.
En 1926 publicó su primer
libro El aventurero de Saba. Su poesía fue catalogada de hermética por sus
límites místicos y metafísicos, variables que se visualizan en los versos de La estatua de sal (1947). A lo anterior
se suma una clara inclinación a escribir sobre la existencia del hombre,
manifestada en su obra Réquiem (1945)
y La hija vertiginosa (1954),
inspirada en su vástaga Luz Maya. Creó una estrecha amistad con Rosamel del
Valle, uno de los poetas chilenos más importantes del siglo XX, a quien le
dedicó El sol ciego (1966).
“Ultramodernista, surrealista, creacionista, onírico, metafísico,
existencialista críptico buscó honduras y escribió para explorar” (Fernández
509)
En paralelo, desarrolló
una destacada carrera diplomática, desempeñando labores en la Organización de Naciones
Unidas radicándose en Nueva York, para retornar a Chile en 1983. En 1971
recibió el Premio Nacional de Literatura.