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El carretón de los borrachos: reflejo de una sociedad

Al comenzar la década de 1940 el mundo estaba en guerra. En Chile, frente a las oficinas editoriales de los diarios capitalinos, centenares de personas se agolpaban para seguir de cerca los acontecimientos del conflicto bélico, los que eran actualizados en pizarras, colocadas en los accesos principales de El Mercurio, en la calle Compañía, o del diario Ilustrado en Morandé.  Eso sí las noticias llegaban con algunos días de retraso.

En Chile gobernaba Pedro Aguirre Cerda  y Carabineros de Chile era comandado por el General Director Óscar Reeves Leiva; con 13 años de existencia, la institución caminaba por los senderos de la modernidad, pese a las vicisitudes de los tiempos que se vivían.

Abstraídos de cuanto acontecía en el mundo, algunos ciudadanos ahogaban sus penas, festejaban sus alegrías o simplemente por vicio o diversión, paladeando el néctar que con tanta bondad prodigaba la madre tierra en los valles centrales y el que se trasladaba en pipas y cavas, hasta los bares y cantinas capitalinas, para gusto de los centenares de parroquianos que día y noche, bebían hasta quedar tendidos bajo las mesas, en las aceras o donde perdían la noción del tiempo.

La legislación de la época prohibía el desplazamiento de ebrios en la vía pública, por consiguiente era tarea de Carabineros, controlar esta inconducta y quien fuera sorprendido en esas condiciones se le trasladaba al cuartel más próximo, hasta que recuperara su estado normal y, previo pago de una fianza, quedaba en libertad.

En diversos barrios santiaguinos, en especial Matadero, que comprende las calles Eyzaguirre y Matta, abundaban los centros de expendio, patentados y clandestinos, que implicaba a los carabineros de la entonces 6ª Comisaria  Santiago, ubicada entre San Francisco y Cóndor, una ardua tarea de control y fiscalización.

En aquella época, el servicio se realizaba preferentemente de infantería y en algunos casos montado. En tanto, la disponibilidad de vehículos motorizados era reducida y el traslado de los ebrios caminando hacia el cuartel se tornaba dificultoso, en especial por aquellos borrachitos que ni de su nombre se acordaban.

Frente a ello se implementó un servicio sobre la base de un carretón de madera, gruesas ruedas de fierro, tirado por caballos, debidamente cerrado y protegido, tripulado por tres o cuatro carabineros. Uno de ellos oficiaba de cochero y el resto se encargaba de las detenciones.  Como el grueso de la clientela que utilizaba esta modalidad de transporte de imputados eran los ebrios, al poco tiempo, este singular vehículo, fue bautizado popularmente con el nombre de “el carretón de los borrachos”.

De tarde en tarde, por las adoquinadas calles santiaguinas, se sentía el girar de las ruedas, acompañado del uniforme golpe de los cascos de los percherones que con mucha fuerza tiraban el carro  generando un fuerte ruido y a la vez la voz de alerta a los bebedores. “¡viene el carretón de los borrachos!” se oía decir, de modo que quienes alcanzaban a advertirlo tenían la opción de evitar la detención y el consiguiente pago de la multa que, sin duda les servía para algunos tragos más.  Los que no, eran conducidos al cuartel, arriba del carretón, transformándose en una hazaña para los carabineros subirlos, ya que la altura de la puerta del calabozo superaba el metro desde el piso.

El carretón de los borrachos, cedió su paso a los furgones, carros celulares y finalmente a los vehículos acondicionados especialmente, para traslados de imputados, sin embargo, dejó una huella en el romántico Santiago de mediados del siglo XX.