Policía de Seguridad de Santiago, el inicio de un camino de profesionalización

A fines del siglo XIX, durante el gobierno de José Manuel Balmaceda, hubo enormes entradas económicas, producto de las exportaciones salitrera, lo que facilitó el progreso y adelanto material, el que se materializó en importantes construcciones como el viaducto del Malleco. Paralelamente, la educación fue otro punto importante en este proceso de mejoras. “Se incorporaron 35.000 niños al sistema educacional y se fundó el Instituto Pedagógico en 1889” (Aldunate 335). Ese mismo año, surgió una trascendental reforma en materia policial, producto de los vaivenes políticos de la sociedad.
El 25 de mayo de 1889 el Presidente José Manuel Balmaceda, sustituyó la Guardia Municipal por el Cuerpo de Policía de Seguridad de Santiago, a través de un Decreto Supremo. Se trata de una institución de carácter eminentemente civil, con uniformes y terminología que la hacía diferenciarse de los militares. Para cumplir con aquel cometido se la dotó de un nuevo uniforme que la diferenció por completo del Ejército.
La nueva entidad se organizó en una Prefectura, al mando de un Prefecto, a quien le correspondía el mando de toda la policía, y ocho comisarías las que operaban desde un cuartel situado en el centro de su respectivo sector jurisdiccional, según la división que para este efecto hizo la municipalidad en el radio urbano y de retenes en los puntos que fuese necesario, en reemplazo de las anteriores comandancia y compañías
Así, cada comisaría quedó al mando de un Comisario. Su dotación constaba de un Subcomisario, siete Inspectores, ocho Guardianes 1°, 12 Guardianes 2°, 60 guardianes, 10 aspirantes y cinco guardianes que componían la Sección de Pesquisas o policías de civil, para realizar diligencias de investigación.
Otra innovación importante fue el equipamiento de un servicio telefónico que contó, inicialmente con 10 aparatos para cada unidad. Éstos se colocaban en cajas de fierro embutidas en las murallas y se conectaban directamente a la central, ubicada en el cuartel. En tanto, la descentralización de aquel servicio y el uso del teléfono otorgaron mayor agilidad, elevando la eficiencia policial.
La Ordenanza Municipal también consideró los sueldos de los funcionarios policiales, tema que fue trascendental durante mucho tiempo, pues el bajo salario recibido generaba descontento y, además, no contaban con los medios básicos para cumplir adecuadamente sus funciones. Con estas reformas, fue posible que las plazas se pudieran llenar y que ingresara gente más apta para el servicio. Paralelamente, se estableció una Caja de Ahorros para acumular fondos destinados a los montepíos, retiros y premios. Además, se dispuso que en cada comisaría se destinaran dos horas para la instrucción reglamentaria de los guardianes,
Los requisitos necesarios para ser guardián del Cuerpo de Policía eran: saber leer y escribir, acreditar honradez, ser competente y contar con una salud apta para el servicio, factor corroborado por el médico municipal.
Las obligaciones a que se ajustaba el nuevo cuerpo se establecieron en el artículo séptimo de su Reglamento Orgánico y fueron: la conservación del orden público, velar por la seguridad de las personas y de las propiedades, junto con la vigilancia del cumplimiento de las leyes, ordenanzas y demás disposiciones generales y locales, configurando una doctrina policial que incluía la prohibición a los guardianes de maltratar a los detenidos, de obra o de palabra. Para alcanzar todos estos objetivos la comisaría mantenía sus puertas abiertas día y noche.
El cambio en las denominaciones de los cargos, como el de comandante en jefe, sargento mayor, compañías, capitanes, tenientes, sargentos, cabos y soldados, por los cargos de prefecto y prefectura, comisarios y comisarías, inspectores y guardianes, constituyó el comienzo de la profesionalización de la policía chilena, asimilándose esta organización a las modalidades de las policías más eficientes en el mundo.
Bibliografía
Aldunate, Carlos, et al. Nueva Historia de Chile. Santiago de Chile: Empresa Editora Zig Zag, 1966.